Mussolini entre Burgos y Cantabria. La Pirámide de los Italianos (Valle de Valdebezana, España).

agosto 26, 2023

No sé si el ultraderechismo esta en alza o en retroceso en este país a tenor de los últimos y penúltimos comicios celebrados, pero lo que sí que sé es que todavía se puede contemplar un monumento funerario fascista en medio de las montañas que unen Burgos con Cantabria, inaugurado un 26 de agosto de hace ochenta y cuatro años.



Las fotos con las que hoy ilustro este post son de hace tiempo. Ya entonces el lugar estaba hecho un asco, así que no me imagino cómo estará ahora de desmantelado… (Tal vez debería haberme acercado a verlo antes de publicar pero no me da la vida.) Como se suele decir, mejor hecho que perfecto, así que allá vamos, porque lo que es la historia de esta pirámide ha cambiado poco, salvo que en los últimos meses se vuelve a hablar de ella porque no sabemos si echarla abajo o no. Si quieren conocer mi opinión, que no tiene mayor relevancia que pertenecerme a mí misma, tendrán que hacer uso de paciencia y scroll.

¿QUÉ HACE UNA PIRÁMIDE COMO TÚ EN UN SITIO COMO ESTE?

Puede resultar chocante para el común de los mortales encontrarse con una mole de veinte metros de altura y diez de planta en medio de un collado olvidado de la mano de Dios, a medio camino entre Burgos y Cantabria. De hecho, es chocante incluso conociendo la historia del monumento.

Las Merindades, verano de 1937. Se libra la Batalla de Santander en las inmediaciones del Puerto de El Escudo. Tomar el norte, con toda su industria, será un objetivo clave para el bando nacional tras la victoria en Málaga y la derrota en Guadalajara. El Corpo Truppe Volontarie (CPV) —formado, en la batalla que nos atañe, por soldados italianos voluntarios de la Legión Litorio— se dispone a atacar los puntos estratégicos que unen la meseta castellana con las montañas cántabras. Logran su objetivo, pero, como siempre sucede en las guerras, hay bajas. Trescientos sesenta soldados y doce oficiales fascistas pierden la vida en la contienda.

¿Nunca se han parado a pensar qué hacen con los cuerpos de los soldados muertos en batalla? Pues los italianos del fascio lo tenían todo estudiado tras las guerras de Il Risorgimento y, sobre todo, tras la Primera Guerra Mundial. En primer lugar, por razones obvias, se hacían los entierros a la carrera, pero poco después entraba en acción el Commissariato Generale per le onoranze ai caduti in guerra, por abreviar Onorcaduti, que se encarga de la localización de los cadáveres, de su identificación y de darles sepultura digna.

¿Y qué significa eso de sepultura digna según los fascistas? Pues ni más ni menos que la construcción de los sacrari militare, es decir, santuarios militares, traducido de manera literal. Dejando a un lado la grandilocuencia del lenguaje fascista, se trataría de la puesta en funcionamiento de un cementerio militar, normalmente separado de los civiles, para apoteosis de igualdad y anonimato más allá de la muerte. No difieren mucho de los cementerios militares británicos, franceses o alemanes en cuanto a concepto, pero son totalmente diferentes a nivel artístico. Si los primeros se suelen caracterizar por la contención y el recogimiento, los italianos tratan de aglutinar la gloria y la épica a través de piedras, hormigón y simbología a tutiplén.

Toda esta parafernalia escatológica se suele enmarcar dentro del llamado Plan Faracovi que, pese a que en última instancia se constituyó como un fracaso, consiguió mediante la promulgación de leyes y la supervisión férrea de cuerpos y construcciones que tanto en Italia como fuera de ella se honrase a los caídos (los caídos del bando que ostentaba el poder, por supuesto) con sistemáticos lugares de reposo eterno.

El tema da para tesis, como siempre ;-)

El proyecto de la pirámide se empezó a fraguar cuando el Plan Faracovi pasaba por horas bajas. Un arquitecto espontáneo afín a los camisas negras, Attilio Radic, propuso al Presidente del Consejo de Ministros italiano la idea de construir un sacrario en la zona donde se había llevado a cabo la batalla de El Escudo. Normalmente se promovían concursos para realizar estas edificaciones, pero aquí se trató de una iniciativa personal y altruista que se acabó llevando a cabo.

Poco se sabe de Radic. No se le conoce ninguna pieza más relevante a nivel arquitectónico que el propio mausoleo y ni siquiera fue él quien ejecutó la obra, sino que la responsabilidad recayó en manos del capellán capuchino Pietro Bergamini di Varza que, poco después de su término, se quedó con todo el mérito de la construcción. Algunos estudios señalan a un tercer artífice, Carlo Bosi (o Bossi), un teniente que andaba por el Balneario de Corconte —muy cerca del emplazamiento— y que también era aficionado a hacer casitas.

Por suerte se conservan los dibujos originales de Radic y las maquetas de Bergamini en el Archivo Histórico de los Capuchinos de Génova y en ellos, y en las innumerables fotografías que se tomaron de la construcción e inauguración del monumento, podemos contemplar el desarrollo de todo el proyecto con la asombrosa rapidez con la que se finalizó, en apenas un año.

GRIEGOS. ROMANOS. Y NUBIOS.

A nadie que se dedique al estudio del arte funerario le puede extrañar el uso de pirámides para la construcción de tumbas con cierta enjundia. Pero, al igual que sucede con los libros, no debemos juzgar el contenido solo por lo que aparece en su cubierta.

Nos encontramos en el periodo de entreguerras, en 1938, y los fascistas, al igual que el resto de totalitarismos, se afanan en la ideación de una antropología propia que abarque toda la esencia de su pueblo. En Europa lo están petando el Racionalismo y el Modernismo (Modernismo europeo, muy diferente del catalán, no confundirse) y se esta empezando a salir de un exaltamiento historicista bestial, heredero del Romanticismo y el Neoclasicismo, que todavía da algún que otro coletazo.

Los fascistas se sienten orgullosos de su pasado imperial y hacen uso de sus símbolos (romanos y etruscos) a los cuales otorgan un nuevo significado. Además disponen de un lenguaje propio parido desde las vanguardias, el Futurismo (con grandes como Depero y Boccioni a la cabeza), donde se ensalza la belleza de las máquinas y la velocidad, del que también echan mano.

La iconografía reflejada en los sacrari militare no es ajena a estas tendencias a las que se añaden criterios estéticos de exaltación religiosa como son las sempiternas cruces, el uso de montañas o promontorios sagrados, o de loculi, entre otros elementos. Se trata de una nueva retórica de la muerte que no niega sino que revisa y reutiliza el pasado y el presente para sus propios fines.

Absolutamente todo esto lo podemos encontrar en la Pirámide de los Italianos. 

En lo alto de una loma, desde la que se divisa al fondo el Embalse del Ebro y al lado la N623 que, como si de una cicatriz se tratase, divide el territorio.


Sobre un altozano una construcción piramidal con un pilono adelantado decorado con una M gigante enlucida de losetas negras —ahora perdidas—, normalmente asociada a la M de Mussolini, que fue usada a modo decorativo en otros edificios fascistas. No obstante podría dotarse de polisemia, si pensamos en la inicial de la palabra mortuorio (un tanto descabellado, pero…). Se trata de la entrada, situada hacia el este, hacia el nacimiento del nuevo día o de la nueva vida, tratándose del tipo de edificio que es.

Entrada principal tapiada, con un agujero abierto a posteriori para poder acceder al interior.

Nos recuerda, salvando las distancias, a las antiguas pirámides de Meroe, en Sudán, donde reposaban para los restos reyes y reinas de la antigüedad nubia. No debemos olvidar el poder que ejerció Italia en la zona de Abisinia durante el colonialismo europeo.

Detalle del pilono, no tan pronunciado como los de Meroe.

Hablando de la entrada, además de las losetas también se ha perdido al tapiarls una inscripción con tipografía modernista, modelada en huecorrelieve y pintada de negro, en la que se podía leer «AI CADUTI LEGIONARI» (a los legionarios caídos).

Pero volvamos al edificio. Dos caras, la este y la oeste, lisas. Las otras dos, al norte y al sur, con dieciocho escalones apoyados, en el caso de la que mira hacia el mar Cantábrico, en un saliente a modo de proa de barco. Al valor de montaña sagrada se le añade el de ascensión con un doble sentido. La ascensión penitencial hacia los cielos, pero también la ardua subida que llevaron a cabo los soldados por el Puerto del Escudo para ganar la plaza de Santander.

Fachadas norte (noroeste en realidad), escalonada, y oeste, lisa (y muy desvencijada).

Fachada norte (noroeste), escalonada, con el ornamento que semeja la proa de un navío, seguramente despojada de la decoración original.

Las cruces huecas en las fachadas este y oeste nos remiten al calvario de Jesucristo que a la vez dota de luz al interior del monumento desde un óculo abierto en la cúpula porque, sí, la Pirámide de los Italianos por dentro es cilíndrica (al menos en la planta calle), apoyada sobre una modesta bóveda de media naranja con lucernario que nos remite de manera casi inmediata al Panteón de Agripa en Roma.



Debajo de ella, trescientos sesenta pequeños nichos, hoy en día vacíos, que simulan los loculi o columbarios que encontramos en las catacumbas, alusión directa a los mártires paleocristianos sin lugar a dudas.


Cascotes y restos de lápidas de mortero encalado con letras negras en las que ponía el nombre del soldado fallecido. Las de mármol blanco llegadas directamente desde Italia no debieron utilizarse al final, como tantos otros detalles que quedaron inconclusos. 

Dos aberturas con una escalera sencilla, de las que tenemos todos en casa para coger la maleta del altillo, señalan la existencia de una cripta donde fueron enterrados con mayor espacio los doce oficiales fallecidos durante el enfrentamiento. No bajé, lo siento. El lugar es tan siniestro que me dio a partes iguales cague fantasmal y miedo de que se viniera todo abajo. Pero sí lo hizo mi compañero de viaje (y vi sus fotos, ahora perdidas).



En la planta calle una basa destartalada nos recuerda que en su momento hubo un altar, hoy en día perdido. Y, al volvernos sobre nuestros pasos, el hueco que han dejado dos fasces arrancados de la pared y las letras de la palabra «PRESENTE» escritas tres veces en el dintel de la puerta. Era costumbre italiana gritar presente en tropel cada vez que se pasaba revista a la tropa y se nombraba a algún soldado caído en ese día.



Nos hemos metido dentro del mausoleo, pero no hay que perder de vista la preciosa puerta de doble hoja, art decó, en forja y con cristal esmerilado, plagada una vez más de simbología (sol, espinas, casco de guerra, montañas…), que le da paso. Me sorprende que todavía no la hayan espoliado.



Al salir al exterior volvemos a encontrarnos con los tres escalones de la crepidoma que hemos tenido que subir para acercarnos al túmulo, elemento arquitectónico básico en la construcción de templos griegos y romanos de inspiración helena.


En el exterior, hoy en día tan abandonado como el resto del complejo, todavía se pueden vislumbrar restos del pasado. El camino que rodeaba a toda la pirámide, con una explanada en la parte trasera de la misma diseñada para la celebración de liturgias multitudinarias. En su momento estuvo decorada con un monolito que, se pueden imaginar, también esta perdido. Al igual que la epigrafía debajo de la cruz del lado oeste, tan deteriorada que no se puede ni percibir.

Debajo de esa cruz había una inscripción.

En ella aparecía labrado el Salmo 75:4 de la Vulgata (76:4 en traducciones modernas), frase que escogió Bergamini por su condición de fraile, militar y director de la obra, y por su doble significado en alusión al escudo como espacio en el que se emplaza el sacrario y defensa de los soldados del pasado: scutum ense fractum ibi confregit potentia sartuum scutum gladiu met bellum («allí rompe los rayos del arco, el escudo, la espada y todo aparato bélico», trad. Nácar-Colunga, 1993).

Tampoco queda rastro de las sencillas cruces que se diseminaban por el camposanto exterior, ni la mitad de elementos que componían la puerta de entrada al recinto (inscripciones, fasces…), amparada hoy en día por la fronda que se plantó a propósito para otorgar de discreción al lugar. Pero sí se conserva al menos la virgen que velaba por los allí presentes. Si tienen curiosidad, sepan que la podrán ver en el Sacrario Militare de San Antonio en Zaragoza, otro cementerio militar italiano en suelo español que recoge los cuerpos de los soldados italianos que lucharon en ambos bandos de la Guerra Civil Española, fascistas y brigadistas.

DERRUIR O RESIGNIFICAR: HE AHÍ LA CUESTIÓN

Me ha salido un post preguntón porque al enfrentarme con los documentos consultados para escribir el presente texto, no dejaba de cuestionarme cosas. Una de ellas fue el porqué del estado de abandono tan desmedido de este mausoleo, si los materiales empleados en su construcción fueron de buena calidad. Y me encontré con varios motivos.

Desde que fue inaugurado por el conde Ciano (Ministro de Exteriores, yerno de Mussolini y fusilado por el mismo después de la Segunda Guerra Mundial) tal día como hoy de 1939, todas las primaveras se producía una celebración para honrar la memoria de los italianos caídos en el frente de El Escudo. 

Durante los primeros años se le otorgó gran boato al acontecimiento, pero cuando Franco empezó a querer desligarse de la colaboración con regímenes totalitarios de derecha europeos —que sucedió a partir de los años 60, tras el suicidio de Hitler, la muerte de Mussolini y la entrada de España en la ONU—, la fiesta comenzó a decaer y se pasó de la exaltación patriótica a un festejo de carácter familiar.

Precisamente en la celebración del año 1971 ocurrió algo que condenó más al edificio. Un autobús lleno de parientes y exsoldados participantes en la batalla se despeñó en una de las curvas de la N623 —llamada desde entonces curva de los italianos— que conducen al mausoleo dejando doce muertos y numerosos heridos. Es curioso, pero algunos de los muchachos que se libraron de la muerte en 1937, se encontraron con ella en el mismo lugar treinta y cuatro años después.

El luctuoso evento aceleró los trámites por parte de gobierno transalpino para exhumar los cuerpos de los allí presentes para o bien repatriarlos o bien darles reposo eterno en el ya mencionado Sacrario Militare de Zaragoza. En 1975, en cuestión de pocos días, se procedió al desmantelamiento del lugar.

Pero aún le quedaba un escollo más que pasar a la pirámide para quedar sumida en el olvido. Algo tan prosaico como la pertenencia del mismo. Porque… ¿de quién es la pirámide? ¿del Estado italiano? ¿de la Junta de Castilla y León? ¿del Ayuntamiento de Valdebezana? ¿un coto privado? ¿de la hermandad de pastores —Hermandad de la Ribera— que en su día parece que cedieron el terreno? Pues a día de hoy esta, al margen de cuestiones ideológicas, es una de las mayores dificultades para saber qué hacer con esta construcción.

La llegada del partido Fratelli d'Italia al poder en Italia y la alegación en contra de la conservación del túmulo presentada por Compromís en el Senado en abril del presente año han reabierto el asunto de la Pirámide de los Italianos. Las últimas noticias que tenemos —de ayer mismo, 25 de agosto de 2024— sobre la cuestión son que el Estado español no se opone a la conservación del monumento, pero para que no se entre con la caterpillar en el kilómetro 93 de la N623, en primer lugar se tendrá que aclarar la titularidad del edificio y en segundo, definir su uso posterior en base al Artículo 36 de la Ley de Memoria Democrática. 

Quedan 24 meses para saber qué pasará finalmente.

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