Movimiento y materia. La escultura funeraria de Mariano Benlliure.

marzo 14, 2023

Sabrán ustedes que en este blog es verdadera la devoción que hay por Benlliure, ¿no? ¿Que no lo saben? ¡Válgame el cielo! Aquí les pongo unodos y tres enlaces, para que vayan abriendo apetito. Pero si están perezosones y no les apetece ir saltando de link en link, quédense aquí, que voy a intentar hacer un resumen con las obras funerarias del escultor valenciano que supusieron un antes y un después en esto del arte funerario.

[El siguiente post —post larguito, no les engaño— complementa una charla informal que ofrecí el pasado 26 de febrero de 2023 con motivo del VII Ciclo de Conferencias del Grupo para la Difusión del Patrimonio Funerario. Aquí dejo el link a YouTube (a partir del minuto treinta y dos, más o menos), por ponerlo fácil, ea. Dicho lo cual, ¡vamos al lío!]

Envidiar sin nobleza, atacar sin piedad a cuanto ha sido grande en el Arte: tal es su lema. De ahí que en sus obras se reflejen (…) las tristezas de su espíritu, y huyan de su pincel y de su buril la poesía y la alegría del alma, que engendraron siempre la belleza.
El anarquismo en el Arte. M. B, 1901.

En el discurso que Mariano Benlliure escribió para ingresar como académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, el escultor se pronunció radicalmente en contra de los impresionistas, la corriente artística que más había dado que hablar en los años precedentes.

Señalo esta frase por curiosidad y para reafirmarme en la tesis desde la que he basado todo este post, la tesis de la contradicción puesto que dicho discurso, tan académico y conservador, se pronunció por la misma persona que fue —entre otros muchos cargos— director del Museo de Arte Moderno de Madrid, que fue autodidacta y que incorporó en sus obras —entre otros muchos recursos— la importancia de la luz y la sombra, los motivos cotidianos, la infancia, la naturaleza.

Pese a todo, aunque la luz, la cotidianidad, la naturaleza son rasgos inequívocos de parte del Impresionismo, no se puede decir que Benlliure fuese impresionista, porque sería faltar a la verdad. Pero tampoco podemos quedarnos con la clasificación habitual y simplista que lo sitúa dentro del monumento público y el retrato, dentro del academicismo y el realismo y no ve más allá.

Para muestra, un botón, o sea, una cabeza poco sospechosa de ser academicista.

No obstante es fácil caer en la generalización a la hora de describir la obra de un artista tan prolífico y que vivió tantos años. Cuando Benlliure vino al mundo, en 1862, imperaba el Neoclasicismo y las Academias (así con mayúscula) aún imponían sus normas. A su fallecimiento, en 1947, habían nacido y muerto gran parte de las vanguardias europeas.

Entonces… ¿me estás diciendo que pese a su discurso Benlliure rompió con lo anterior? Por supuesto, pero sin estridencias. O tal vez sería más correcto decir que fue precisamente Benlliure quien supo traer a su presente todo lo que se había estado haciendo hasta el momento para reformularlo por completo sin que ni usted ni yo —profanos en estos menesteres— nos diésemos cuenta.


BREVE BIOGRAFÍA_

Benlliure nació en una humilde familia valenciana de dedicación artística. Su padre, pintor decorador, y sus tres hermanos mayores, pintores. Muy mal se tenía que dar la cosa para que el benjamín de la casa no sintiera aprecio por el arte. Eso sí, iba, como no podía ser de otra manera, para pintor hasta que descubrió durante un pensionado en Roma, a finales del siglo XIX, la escultura de Donatello, de Miguel Ángel y de Bernini.

Cierto es que siendo pequeño no le hacía ascos al modelado y desde canijo se apañó bien con la cera y el barro presentando sus primeras obras con apenas diez años de edad y su primer gran encargo —un paso para la Semana Santa de Zamora— con dieciséis.

En 1884, con veintidós años, recibió su primer gran premio, la Segunda Medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid (el primer premio quedó desierto) por Accidenti! lo que le abrió las puertas a numerosa clientela.

Fue en cambio fuera de España donde empezó a ser reconocido como escultor en el que fijarse. Su primer gran premio internacional —la Medalla de Honor en Escultura dentro de la Exposición Universal de París de 1900— lo obtuvo por el impresionante mausoleo del tenor Julián Gayarre.

© Archivo Herrero  /IPCE
Pero no adelantemos acontecimientos…


AL GRANO: LO SINGULAR EN LA ESCULTURA FUNERARIA DE BENLLIURE_

He seleccionado varias tumbas y sepulturas del escultor valenciano que podrían considerarse un punto de inflexión en la materia. Algo que hizo clic en su momento y que cambió por completo el devenir del arte funerario. Y tengo que empezar, cómo no, con el ya mencionado mausoleo de Gayarre, el primer encargo como tal que recibe en este ámbito.

— Mausoleo de Julián Gayarre (1890-1901). Cementerio Municipal del Roncal (Navarra).

Es la única obra en la que no aparece el retrato, todo lo dicen las figuras.  
M. B.

Efectivamente: ni un solo retrato de Julián Gayarre, tenor de gran fama en su momento. Sitúense a finales del XIX, con toda la burguesía y la nobleza retratándose por encima de sus posibilidades, en cuadros, en esculturas, en fotografías, vivos, muertos…

Todavía no he visto el mausoleo en persona, pero después de mirar con lupa cualquier fotografía y leer todo lo que ha caído en mis manos sobre esta soberbia obra, he de decir que al parecer sólo se leen el nombre de Gayarre y su fecha de fallecimiento en el segundo féretro (ojalá algún día pueda ilustrárselo con fotografías propias).

Benlliure puso un especial empeño en esta pieza ya que, entre otros motivos, le unía una gran amistad con el tenor navarro. A la vez también era consciente de la expectación que estaba generando el resultado entre sus contemporáneos, una especie de prueba de fuego para posicionarle aún más como gran escultor.

De entrada se aprecian en este mausoleo varias constantes que irán salpicando gran parte de su producción escultórica. La más llamativa es la escenografía, la composición teatral, heredera sin duda del estudio de los grandes escultores italianos barrocos y renacentistas.

Parte delantera del mausoleo. © riglesiasi_5427 /Diario Vasco [link]

Es estático y a la vez, si nos quedamos unos segundos observando el conjunto, casi casi podemos notar el aleteo del ángel buscando la última nota de Gayarre, los esfuerzos de la Armonía y la Melodía por elevar en una suerte de hélice el féretro hacia los cielos, y el llanto de la Música aferrada al suelo con las cuerdas de su lira rotas.

Fíjense. Casi podemos oír a los niños del primer sepulcro cantando las óperas que hicieran famoso a Gayarre. Notamos como el telón que lo tapa acaba de caer apenas unos segundos antes de nuestra llegada.

Parte trasera del mausoleo, con el telón cayendo. © Archivo Herrero /IPCE

Años más tarde usaría de nuevo la composición helicoidal en, por ejemplo, la desaparecida decoración externa del panteón de los duques de Dènia (más info aquí), y los personajes haciendo mención a la obra del finado en el sepulcro del escritor Vicente Blasco Ibáñez.

Boceto en barro para la decoración exterior del mausoleo de los duques de Dènia (h. 1904), en el Museo Mariano Benlliure de Crevillente.

Sepulcro-cenotafio para el escritor Vicente Blasco Ibáñez (1935), sito a la entrada del Cementerio General de València.


— Sepultura de Práxedes Mateo Sagasta (1904). Panteón de los Hombres Ilustres de Madrid.

Ahora resulta lo que deseaba, la sencillez, el reposo, la grandiosidad, el carácter de la tumba, la claridad en la idea, que se abarque todo de una mirada
M. B.

Esta frase aparece en una carta que Mariano escribe a su hermano José para contarle que, tras un viaje por Grecia, se había dado cuenta de que el primer boceto para la tumba del político liberal progresista Práxedes Mateo Sagasta era fallido. Tres meses de trabajo echados abajo para parir esta rareza dentro del arte funerario.

(Y por detrás la tumba de Eduardo Dato, también de Benlliure, pero no venimos a hablar de ella hoy ;-D)

Se trata de una composición totalmente innovadora, con un podio de varios escalones sobre el que se apoya el túmulo con el cuerpo inerte de Sagasta que es velado por dos figuras que cobran el protagonismo.


Diferente y arriesgada, posiblemente se aprobó gracias a la fama que atesoraba el autor a principios del siglo XX, y a que el desnudo en escultura se había vuelto a revalorizar desde el triunfo del Neoclasicismo en Europa como corriente artística.



Porque quizá ahora, en el siglo XXI, no nos llame la atención, pero es que hay una mujer desnuda en la tumba de un político de primer nivel… Además el principal actor dentro de este escenario no es el político homenajeado, sino un señor de aspecto humilde que se apoya en un libro con una espada en la mano…



La figura femenina no es otra que la alegoría de la Historia —inspirada por Lucrecia López de Arana, mujer del escultor en aquellos años— que acaba de escribir las últimas líneas de la biografía de Sagasta para cerrar el libro de la Historia segundos después.

Parecerse se parecen,  ¿o no? A la izquierda, detalle de la alegoría de la Historia (1904). A la derecha, busto de Lucrecia López de Arana (1927), muy parecido al que embellecía la tumba de la cantante, que se puede ver en la Casa Benlliure de València.

El hombre en primer término es la alegoría del Pueblo (el político riojano fue un firme defensor de la soberanía popular) apoyado en los Evangelios, es decir, la verdad, sujetando una espada con la república y la justicia y la paz representadas a través de una cabeza femenina, de la balanza y de la ramita de olivo que decoran la empuñadura.





Ambos velan el cadáver del Sagasta, ataviado con levita (el mismo atuendo que llevara para el famoso retrato que le hizo Casado del Alisal para los salones de la Cámara Baja), Toisón de Oro y cruz (lamentablemente perdida), parcialmente cubierto por un manto con el escudo de España bordado en mármol. Un retrato fidedigno que nos hace ver que el político ya había posado para Benlliure en otras ocasiones.




Aunque he intentado encontrar los nexos entre las diferentes obras del autor, he de decir que el mausoleo de Sagasta es único dentro de su producción, salvo si, forzando mucho la maquinaria, utilizamos el retrato del cuerpo inerte (algo muy frecuente desde tiempos inmemoriales dentro del arte funerario y por lo tanto poco novedoso) como punto de apoyo.

Figuras yacentes de los duques de Dènia (1904). Todo el mausoleo —figuras, lucillos, decoración…— fue brutalmente mutilado durante la Guerra Civil Española.

Retrato yacente para el sepulcro de Vicente Blasco Ibáñez (1935).

Figura yacente de Eduardo Dato (1928).

— Panteón de la familia Moroder (1910). Cementerio General de València.


Los ángeles no tienen sexo, dice una frase popular.

Bueno…

…diría que no hay duda de que es una ángela.

Hemos visto al Benlliure romántico con Gayarre y al ecléctico clásico con Sagasta. Ahora nos adentramos en terreno modernista y, si me apuran, rozando el simbolismo porque ¿qué es un ángel si no un símbolo divino?

Esta claro que Benlliure no fue el primer artista en dotar de género femenino a sus ángeles. Tenemos decenas de alegorías de la Fama y de la Victoria desde la Antigüedad y a los ángeles femeninos de los cementerios italianos, cincelados por coetáneos del escultor valenciano, que sin duda conocería durante sus estancias en Italia. Pero de autores españoles este excepcional ángel mujer completamente desnuda del panteón Moroder es el primero del que tengo conocimiento (si saben de alguno anterior, abajo tienen los comentarios para ilustrarnos a todos :-))

Tampoco es la única vez que Benlliure usaría ángeles femeninos en sus obras funerarias. Aquí tenemos el modelo en yeso, cincelado pocos años antes, para la lápida de los condes de San Julián, titulada El soplo de la vida. La original en mármol la podrán encontrar en Murcia.

Modelo en yeso para la lápida de los condes de San Julián (1907), en el Museo Mariano Benlliure de Crevillente.

De todas formas no podemos hablar de simbolismo por colocar única y exclusivamente un ángel en las puertas de un mausoleo. De ser así tendríamos miles de piezas funerarias simbolistas en cualquier cementerio de cualquier época. Lo sorprendente y exclusivo del panteón Moroder es que es un compendio de simbología funeraria.

La frase que corona la pirámide truncada —«Velad porque no sabéis ni el día ni la hora de la muerte»— un memento mori en su totalidad, muy de los gustos y usos fúnebres tardomedievales, flanqueada por plañideras que sujetan el cáliz con la sagrada forma en lo alto de toda la escena. 

La flora que jalona el panteón, con flores de pasionaria, con amapolas, laurel, coronas de espinas… Las lechuzas, animal psicopompo por antonomasia, que aparecen en los pebeteros de las verjas. 

El Cristo yacente que aparece en el dintel de la puerta de entrada, las  propias hojas de la puerta, con esas señoras enlutadas, rosario y salmos en mano... Hasta la misma Muerte hace acto de presencia en el quicio de la falsa primera puerta. Solo el estudio iconográfico de esta primera falsa puerta merecería una entrada completa: putti cantores, serpientes, cortejos fúnebres…










— Mausoleo de José Canalejas (1912-1915). Panteón de los Hombres Ilustres de Madrid.
— Tumba de Joselito, «El Gallo» (1924-1926). Cementerio de San Fernando (Sevilla).

Me es imposible elegir entre mamá y papá, así que no me queda otro remedio que poner estas dos obras juntas. Y ahora mismo, después que las vean, explico porqué.

Mausoleo de José Canalejas.

Panteón de José Gómez, alias Joselito El Gallo. © Anual /Wikimedia Commons [link]

Tal y como señalé al principio de este post, he intentado articular todo el escrito en torno a las novedades que introdujo Benlliure dentro del ámbito funerario y precisamente en estas dos obras contempla la originalidad máxima a nivel conceptual. La primera, si nos fijamos en la cronología, sería la tumba para Canalejas, pero es que dejar a Joselito fuera me parece un delito.

Además, sí, el concepto (ahora voy con él) es el mismo, pero es innegable que materiales, composición y significado son diametralmente opuestos.

¿Qué es lo que comparten estas dos obras? Ambas nos hablan de lo mismo: un entierro. No hay artificio y tampoco hay demasiada memoria. Solo estamos asistiendo a un entierro.

Pero qué entierro, ¿eh? <3

En el mausoleo del político liberal José Canalejas contemplamos un entierro metafórico, similar al que podría haber tenido Jesús de Nazaret, que, por otro lado, está presidiendo toda la escena a modo de redentor —resucitado y desnudo— encima de la falsa puerta de entrada a la cripta.



Dos jóvenes ataviados con sendos himationes y una muchacha con palla sobre su cuerpo desnudo y peinado esta vez de inspiración renacentista descienden hacia el interior del hipogeo portando envuelto en un sencillo sudario el cuerpo laxo del político gallego.




Modelo en escayola (1915) de la obra, en el Museo Mariano Benlliure de Crevillente.


Es pura contención. No hay mención alguna a Canalejas salvo por su presencia física a modo de cadáver y por el sucinto epitafio que aparece en la parte trasera del monumento entre dos guirnaldas de roble y laurel.



Es una escena fúnebre que poco o nada tiene que ver con la realidad de las multitudinarias exequias que tuvo Canalejas. Justo lo contrario que sucede con el mausoleo de José Gómez Ortega, que es pura realidad.

Aquí también estamos asistiendo a un sepelio, pero al de verdad, al del cortejo que se pudo ver en la entrada a la iglesia hispalense de San Gil, sede de la Hermandad de la Macarena, de la que Joselito era un gran devoto.
 
© Anual /Wikimedia Commons [link]

Hablando en términos coloquiales, el panteón de Joselito es una fotografía hecha escultura. Y es tan tan de verdad que todavía se pueden distinguir entre las dieciocho figuras que lo decoran algunos rostros conocidos como el del espada Ignacio Sánchez Mejía, cuñado del torero, mirando compungido al cielo, o de Ignacio Miura, duque de Veragua, en casi primer término ataviado con zahón —ganadero archiconocido en los círculos taurinos—, o María, la de las Cartas, presidiendo la marcha con una réplica en miniatura de la virgen de la Macarena en las manos.

Si en el primero Benlliure echaba mano de la antigüedad clásica gracias a la indumentaria, al material utilizado y al soberbio estudio anatómico de los cuerpos, en este segundo mausoleo es el costumbrismo de la época, rayano al folclore andaluz con sus vestidos de volantes, mantones de Manila y sombreros de ala ancha, el que impera.


— Tumba de Miguel Moya (1921). Patio de Santa Cruz dentro de la Sacramental de San Justo (Madrid).

Benlliure había utilizado en otras ocasiones el recurso de no retratar al homenajeado (¿recuerdan a Gayarre?) y, aunque en la sepultura de Miguel Moya aparece su propia imagen, aquí lo que prima es un señor esculpido a escala humana profundamente apenado. Este hombre nos habla también de la profesión del dueño de la sepultura, pero desde un punto de vista contenido, casi casi como para pasar desapercibido (que imposible lo de pasar desapercibido, ya les digo yo), a diferencia de la épica que se solía gastar el autor con sus obras.

Cuando observamos la tumba de Miguel Moya y conocemos los códigos de su ocupación en vida, inmediatamente sabemos que era alguien vinculado a la imprenta. Efectivamente Moya —suegro del conocidísimo por todos doctor Gregorio Marañón— fue periodista y presidente de la Sociedad Editorial Española. También se dedicó a la política y fue un acérrimo defensor de la Libertad de Prensa y la mejora de las condiciones laborales de sus trabajadores.


La figura principal de esta austera tumba es un cajista de imprenta —profesión íntimamente ligada con la prensa del XIX—, con su característico batín. Muestra un gesto atribulado, apoyando su mano, instrumento básico para el desenvolvimiento de su trabajo, sobre la basa desde la que arranca una cruz y se muestra la lápida de Moya, retratado en un sencillo medallón.



Con ese trapo, tan usado en las imprentas por el batidor, para limpiar y entintar las formas.


Sin lugar a dudas esta sepultura nos recuerda por composición y metáfora a la de José Arana en el cementerio de Eskoriatza (Gipuzkoa) y por gesto a una de mis favoritas del escultor valenciano, la de Santiago Núñez, en el Cementerio de Nuestra Señora de la Almudena (Madrid), donde podemos ver el retrato de su desconsolada esposa, Pilar Rubio, tendida sobre su lápida.




DESPEDIDA Y CIERRE_

Les aseguro que podría seguir hablando del gran Mariano Benlliure un buen rato más y no agotar su repertorio de obras maestras, aunque sí posiblemente agotaría su atención y paciencia.

Así que, aunque me haya dejado en el tintero algunas grandes esculturas de este autor en materia de arte funerario, tengo que ir terminando este post en el que he intentado trasladar no ya la genialidad del escultor —por todos conocida—, sino contradecir con su propia obra el academicismo del que hacía alarde en el discurso que pronunció para entrar a formar parte en la Real Academia de San Fernando, sin duda condicionado por las circunstancias. Y es que yo soy yo y mis contradicciones, permitiéndome el atrevimiento de actualizar la frase de Ortega y Gasset.
 
Cualquier excusa es buena para meter un pinrrel. Ustedes me conocen: si no lo hago, reviento (y es que este pie bien merece ser el colofón de cualquier cosa que se precie, ¿o no?).


Voy a intentar que el tiempo de espera entre una y otra entrada se reduzca. Hasta pronto, entonces.
Cal.

Notas al margen_
Si usted, querido lector, ve alguna de sus imágenes en esta entrada y no quiere que aparezcan en ella, sólo tiene que escribirme un email a missscalamity(at)yahoo(dot)es y comentarme su razón.

If you see some pics of yours in this post and you have any issue with that, feel free to drop me a line at missscalamity(at)yahoo(dot)es and let me know.


PD. Habrán notado que no incluyo la bibliografía y documentación que he utilizado para escribir este post. Si están interesados en ella, no duden en escribirme un email a missscalamity(at)yahoo(dot)es y se la haré llegar. 

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